No es fácil definir la música que firmaban estos cinco madrileños (Amaya, Ramón, José Luis, Nacho y Miguel), surgidos a finales de 1994 tras la disolución un año antes de Usura, uno de los grupos primigenios de esta segunda nueva ola independiente española. Pop absolutamente descarnado, contundente y, sin embargo, a veces naïf, ingenuo, pero perverso, lleno de rectas y de curvas, de luces y de sombras. Un auténtico derroche de originalidad, basado en la fuerza y en la personalidad que imprimían en cada una de sus composiciones, que, unido a la extraña mezcla que formaban la dulce voz de Amaya, con sus inquietantes letras en inglés, fue lo que más caracterizó tan particular estilo de hacer música.

Su trayectoria vino marcada por el éxito que supuso "Binocular" (Jabalina 1995), su primer disco, alabado por la práctica totalidad de la crítica especializada de nuestro país, y que incluía "Lucille", la canción que, a la postre, resultaría más famosa de su carrera. Tras rodar y darse a conocer con este trabajo de presentación, por pequeños y grandes escenarios de la geografía española, llegaría "Pinophilia" (Jabalina 1996), el mini CD compuesto de cinco piezas inéditas, preludio de su segundo larga duración, que estrenaron en su actuación en el 2º Festival Internacional de Benicàssim. Sin embargo, justo después, cuando todos daban por hecho su definitivo despegue, pusieron punto final a su corta pero intensa vida con "Petaco" (Jabalina 1997). Un disco que tardó más de lo previsto en llegar, debido a un difícil proceso de gestación, pero que, a pesar de todo, volvió a sorprendernos, por la imaginación que destilan sus guitarras y por la contundencia a la hora de plasmarlas junto al resto de su música. Un trabajo, brillante en la oscuridad ambiental que ellos quisieron crear a su alrededor, logrado gracias a la gran labor de producción y masterización llevada a cabo por el británico Huw D. Price, que, en cualquier caso, supuso un digno pero prematuro fin a su corta e intensa vida artística.